Feminismo y Comportamiento Alimenticio
Años de machaque físico y mental han debilitado mi ya de por sí paupérrima autoestima. Años de sufrimiento han generado un sin fin de cuestiones abarcables, a veces incomprensibles.
Me preocupa mi posición endeble en la lucha por los derechos de las mujeres, por la igualdad de más de la mitad de la población mundial.
Me planteo si una puede ser feminista, sentirse una luchadora aún cuando lleva años arrastrando un trastorno alimentario, una enfermedad mental. La anorexia nerviosa.
Sí, creo que sí. No tiene por qué estar reñido ser una víctima que lucha.
En este caso, las enfermedades del comportamiento alimenticio tienden a asolar a los países “desarrollados”, a aquellos considerados parte de Occidente, donde la sexualización de la mujer, su visibilización como objeto sexual, se ha estancado en unos cánones que nos exigen una extrema delgadez. Y es verdaderamente difícil ser mujer en uno de estos países y no sentirse presionada en cuidar una imagen hasta el extremo de cumplir la perspectiva esperada: la famosa 90-60-90. La irreal y casi incomprensible: 90-60-90.
Pero ahí estás tú. Una parte de tu mente, quizás la más lógica, la más racional, está convencida de que tu estructura ósea es la que es; sabe que los cánones impuestos por los medios de comunicación y la enorme industria capitalista son en la mayoría de los casos artificiales, alejados de lo que la naturaleza demanda al físico de la mujer. Pero, ¿qué hacer cuando la otra parte de tu mente convive en un entorno saturado de imágenes que estereotipan a la mujer hasta el esperpento? Sí, lo sabes. Es publicidad. Es marketing. Es casi inalcanzable. Pero es el papel que se espera que intentes desempeñar, el objetivo que te plantean y que te planteas.
Ahí estamos todas. Ahí estoy yo. Conscientes de que la industria de la belleza, las farmacéuticas, los medios de comunicación, etc., han generado un mundo ficticio del que nutren unas abultadas cuentas corrientes. No nos engañemos, las cremas anticelulíticas, las pastillas adelgazantes, la moda y demás, se alimentan de este planeta paralelo creado por ellos y para ellos, aún a expensas de hacer sufrir una vez más a la mujer. Pero la presión es demasiado fuerte y, muchas veces, una mentira o una fantasía repetida hasta la saciedad, termina por ser la verdad, nuestra realidad. Nos hastían hacia el camino de la delgadez, de la perfección física, de los zapatos con un tacón imposible, de la arruga oculta.
Evidentemente, la última palabra la tomo yo. Yo he generado en mí una inseguridad que se sacia con horas de ayuno. Pero es que convivir en una sociedad tan sexualizada, tan corpórea, tan alimentada de la imagen que nosotros emanamos, es una labor muy difícil, imposible en mi caso sin estos pequeños tropiezos.
Lo voy consiguiendo. Cada vez soy más racional. Día a día hay menos complejos y más sonrisas. Pero al salir a la calle me encuentro con una Miranda Kerr que me persigue por todo los paseos anunciándome vestiditos de una marca de ropa. Si enciendo la televisión, los cereales Special K me pregunta que qué voy a ganar. Si cae en mis manos una revista, no puedo evitar centrar mis ojos en esos largos publireportajes sobre cómo mantener la celulitis a raya. Si veo una película, las actrices siempre están impecables: en su talla 36 y con esos labios rojos y jugosos. Es una batalla constante. Pero que ganaremos.
Sí, soy feminista. Se puede ser feminista y vivir enjaulada en conductas impuestas por un capitalismo patriarcal que nos ha convertido en objetos sexuales, en maniquíes, en mujeres objeto. Se puede ser feminista y convivir con un trastorno de la conducta alimentaria. Se lucha por salir. Y se ganara la guerra. De ella saldré aún más reforzada, consciente de unos estereotipos que nos esclavizan. Alejada de un sufrimiento corpóreo impuesto por el capital y el machismo recalcitrante. Os animo a ser feministas. A cuidar vuestros cuerpos. A admirar vuestras mentes. A quereros.